CLAUSTRO ENAMORADO
Apareció
en un recodo del camino. De pronto, como todas las cosas grandes y buenas.
Juan, el viajero, llegaba de lejos, de muy lejos en el tiempo y en el espacio.
Un tiempo antes había sentido la llamada del lugar. Lo conocía como se conocen
las cosas en el mundo actual, a través de la televisión, de fotografías, de la
prensa, ciertamente en sus aspectos mejores, en esa música reconfortante, en
esa conversación con la cultura que habían sabido mantener los monjes al menos
desde hacía mil años.
Lo
conocía de oidas, pero también lo conocía de sangre. Sabía, tenía la tremenda
certeza de que él había estado allí antes. El sueño se lo había confirmado.
Se
había visto amando a una mujer bella, hermosa sin comparación.
Un amor de todas formas imposible. Sólo había sido
un sueño, pero el desasosiego espiritual que le había dejado era grande. Detrás
de ese amor soñado aparecía el Monasterio de Santo Domingo de Sílos.
Se
veía setecientos años antes como monje del Monasterio. El pueblo era pequeño,
la gente pobre, pero de buen corazón. El, gracias a sus estudios de medicina,
era el médico, curandero, del pueblo. Todos los monjes, todos los enfermos
leves del lugar dependían de él. Los otros, los graves, dependían de Dios.
Había
en el pueblo una chica bella, hermosa sin comparación. Se había quedado
huérfana. Su nombre era Blanca. Extrañas circunstancias la habían llevado a ser
madre. El padre del hijo había huído cuando supo el estado en que se encontraba
Blanca. A pesar de todo, a pesar de que por lo bajo la criticaban por el
tremendo error de haber amado a aquel hombre, la gente del pueblo la ayudaba,
la aceptaba en la pequeña comunidad.
Un
día su hijo enfermó. Blanca acudió a la rebotica del Monasterio y se encontró
con Martín. El quedó prendado de ella. Fue como si de pronto una lanza le
hubiera partido el corazón. No era un flechazo, era un lanzazo. Le resultaba
difícil ser dueño de sí.
Dada su condición de monje se contenía hasta
límites increibles. No había conocido mujer. Era la primera vez que una se le
colaba por las rendijas del corazón. ¿Era aquello la seducción del Maligno.
Blanca
le llevó a su hijo. Deseaba que se lo curase. era lo único que tenía en la vida
tan azarosa que había llevado hasta entonces.
Fueron
días y vinieron días. De pronto, una tarde en que el niño dormía muy mejorado,
se encontraron uno en brazos del otro... Era la rebotica del Monasterio, lugar
al que raramente acudía alguien.
Sabían
que era un amor imposible, pero el control de sus mentes, el control de sus
cuerpos , les resultó más difícil aún.
Una
tarde ella se veía con una tristeza infinita en los ojos. Era como si intuyera
que algo iba a ocurrir. Efectivamente, unas horas más tarde el niño moría en
brazos de la madre.
La
desolación de apoderó de todos. ¿Qué ocurriría? Martín intentó consolar a
Blanca que, poco a poco , fue aceptando la muerte de su hijo. Había sido
inevitable. Al mismo tiempo ambos comprendían que su amor era imposible y que
había que poner tierra de por medio.
Antes
de que eso ocurriera, un mercader burgalés había aparecido en el pueblo.
También había quedado prendado de la muchacha. Tan fue así que varios meses más
tarde apareció de nuevo. Le propuso matrimonio. Ella, medio por olvidar a
Martín, medio porque el mercader no le era antipático, aceptó.
Varios
años más tarde ambos volvieron al pueblo. Fueron a visitar el Monasterio.
Martín había sido designado Abad del mismo.
Cuando
se encontraron uno frente al otro, la emoción les embargaba el corazón. Les
saltaba de alegría en el pecho, de una alegría llena de paz y felicidad. Su
amor en el pasado había perdido corporeidad y había ganado en espiritualidad.
Ahora ambos sabían que eran felices.
En
el sueño de Juan había aparecido también Mercedes, a la que sabía que no podía
amar. Pero tras la figura de Mercedes veía la de Blanca. Setecientos años
después se volvía a repetir la historia, en otras dimensiones, en otras
coordenadas. Una historia que el corazón del viajero guardaba en lo más
profundo, sin él mismo saberlo.
Era
este extraño sueño, esta extraña historia la que le había traido al lugar. La
visita turística iba a comenzar. No era un monje el guía. Era una chica
hermosa, bella sin ponderación. Entre Mercedes y Blanca. Sus ojos se
encontraron. Una leve sonrisa selló el reconocimiento. Sí, eran ellos. Ambos
volvían a encontrarse al cabo de mucho tiempo. No fue necesario decirlo. Los
ojos hablaban y las palabras, los comentarios artísticos de ella iban dirigidos
a él, a pesar de la gente que les rodeaba.
Unas
gafas de aire moderno le daban un aspecto juvenil. Sus almas habían pasado
tantas catarsis que no sintieron ninguna pasión. Sólo pura simpatía. Ahora era
ella la que se quedaba, una mujer joven y bella que explicaba una y otra vez la
verdad profunda y amorosa que encerraban aquellos capiteles.
Ahora era él quien se marchaba. El tiempo, la
distancia, la vida, los había liberado de las pasiones humanas. Sus almas
estaban en paz.
Juan
comprendió por qué había ido a aquel apartado rincón del mundo. Las obsesiones
con el Monasterio de Santo Domingo de Silos terminaron por desaparecer
completamente de su vida.
(En
el Monasterio de Silos 2 de agosto 2002)
ANTONIO
DUQUE LARA
Es un bello cuento. Pero esto es un poco surrealista. Aprovecho este blog para saber si el relato es de alguien que fue mi amigo hace mucho, mucho tiempo.
ResponderEliminarHola Luisa, soy "Luisod" dueño del blog. Antonio Duque es un tio mio y tu mensaje le ha llegado a Japón, país en el que reside.
EliminarMe ha dicho que le gustaria ponerse en contacto contigo por correo, ya que también tiene curiosidad de saber si te conoce.
Si quieres mandame tu dirección de correo a luisod@gmail.com y se lo haré llegar, para que podais resolver el misterio.
Saludos!!.